MICH y lo cotidiano por Javiera Muñoz

Hablar de la práctica artística del MICH es hablar de la práctica cotidiana. Si algo no nos caracteriza es la idea de ser prácticos, eficientes. La eficiencia entendida como la rapidez, la capacidad de concretar rindiendo al máximo.

Es complejo posicionarse de esta manera en un mundo dónde la instantaneidad es parte del stock de los valores sociales y laborales actuales. La consolidación de nuestro trabajo como colectivo de arte se configura a través del contacto afectivo y este contacto, por definición, debe ser distendido.

Con esto no negamos todo el trabajo arduo y bajo presión con el que también tenemos que lidiar. Más bien, es importante puntualizar que las grandes ideas, los manifiestos y la consolidación de nuestro conceptos se moldean desde la tranquilidad. La posibilidad de repensarnos, de repensar nuestra práctica artística sólo se consolida a través del tiempo que pasamos juntos, como amigos.

El colectivo se sostiene en la afectividad, en la posibilidad de creer que juntos somos capaces de hacer cosas más grandes, más complejas, más significativas y con un mayor impacto. La afectividad entendida como un tejido sólido, casi palpable.

Las comidas entonces, se instauran como un dispositivo antropológico de cercanía. El fuego de la comida y las ganas de comer sano permiten la lentitud que abre paso al ocio, a la distención y los espacios de esparcimiento. Espacios que son claves para nuestro quehacer artístico.

Nuestras reuniones parten, en general, en la mañana. El desayuno es esencial y las conversaciones de nuestras prácticas individuales proliferan. En qué estamos, cómo está la familia, que deporte estamos haciendo, cómo estuvo el carrete.

De lo cotidiano siempre nace lo trascendental, el cuestionamiento, las sensibilidades comunes que nos atraviesan. La tecnología también irrumpe en nuestro cotidiano. Mirar los videos que nos cautivan, su música y su estética.

En éste punto, algún cable a tierra, generalmente Simón o Alexis, advierten la necesidad de abrir los temas de la reunión, siempre después de tener la guatita llena y el corazón contento. Existen reuniones en las cuales llegar al meollo del asunto es algo muy fácil. Vamos tocando cada tema con fluidez, como una flecha que acierta al blanco y nos sentimos contentos por ese desempeño. Aquí sale a la luz la mítica frase del Juan “Se pensó y se hizo”.

Sin embargo, la mayoría de las veces llegar a la espina vertebral de las temáticas es un proceso cíclico y circular, lleno de aristas, que es pensado por todos. De un tema pasamos a otros, apasionados sin priorizar los puntos que es urgente tratar, si no que más bien,  disfrutando de la conversación. También existen los días en que cómo fondo del pantano no logramos dar con las ideas que necesitamos. Nos estancamos y las energías se vician, por el cansancio, por la distracción por la frustración.

Por suerte, muchas veces antes de seguir indagando, llega la preciada hora de almuerzo, o la comida. Salir a comprar se ha transformado muchas veces, en una especie de paseo. Recorrer el barrio, salir al almacén, al súper, discutir que hacemos de almuerzo. Nos deleitamos con la idea de usar los fondos MICH para comprar algo delicioso de postre. Mientras más calorías tenga, más feliz estará el Seba.

La cocina es una manera de develar cuidado y amor. ya sea un rico charquicán elaborado o un simple huevo con arroz. Siempre agradecemos, al más estilo Japonés, de traer en nuestra mesa los alimentos. El buen humor siempre le sigue a la comida.

Siempre existe algún integrante que de forma anónima se preocupa de lavar la loza y ordenar la mesa (Por regla general, en nuestro equipo es el Simón). Superhéroes sin capa que con este gesto demuestran el cuidado de un equipo completo.

En estos momentos muchas veces llegan los atrasados. Se abre entonces espacio de bromas dónde palos cariñosos sólo desean instaurar una genuina noción de compromiso. Las tardes muchas veces resultan más densas. Bueno, depende. Estar mucho tiempo junto a veces también marea, porque somos muchos y porque todos tenemos varias cosas que decir.

Todo queda registrado en una bitácora de trabajo. Hace ya un par de años que descubrimos la importancia de ello para nuestra práctica artística, el del registro cotidiano. Saber lo que pensábamos hace años, nuestro aprendizajes, nos devela cómo miramos nuestro propio trabajo y el registro nos permite vislumbrarlo.

Con Pilar conversamos la nostalgia de perderse esos momentos cuando hemos estado lejos. En el contacto diario se forjan nuestras ideas, como un artesano que necesita del oficio para llegar a un producto que lo satisfaga. Ideas que las digerimos y las machacamos de forma colectiva.

Existen reuniones épicas, prolíferas en las cuales se desarrollan ideas estructurales de qué somos en cuanto colectivo y se concretan proyectos hermosos y se conversan con perspectiva y amplitud de la naturaleza humana. Otras, en las cuales el estancamiento y los pensamientos depresivos nos inundan. A pesar de aquello, siempre está la determinación de la importancia de compartir ese espacio y de que los frutos que hemos tenido responden directamente a ese espacio colectivo, que como metodología espontánea hemos creado.

 

Texto: Javiera Muñoz

Dibujos: Pilar Quinteros