Chile Dibuja es un taller de dibujo situado en la contingencia del espacio público. Allí vamos en busca de lo desconocido, jugamos con el azar y atendemos a todo aquello que nos interpela, pues lo fundamental es el diálogo que nace de la práctica del dibujo.
En ese sentido, la exposición que realizamos en Biblioteca Viva reunió y exhibió dicha experiencia.
A propósito de los dibujos de niños
Cuando chica vivía en Puerto Montt. Ahí dibujé y escribí muchos cuentos, yo creo que porque llovía todo el día. Lo pasaba muy bien dibujando en mi casa o inventando historias con mi hermana o con una amiga del colegio. Me acuerdo de una vez que fui a la casa de la Cristina (así se llamaba) y nos tiramos en el piso del living de piquero y nos pusimos a escribir en silencio hasta que después de un rato una dijo: “ya, terminé, ¿te lo leo?”. Siempre nos leíamos lo que habíamos escrito y nos daban risa las cosas que inventábamos. Cada cuento, por lo menos en mi caso, incluía un dibujo; un piloto a mando de un avión de la segunda guerra mundial; un astronauta; una granja… Lo pasaba chancho inventando y dibujando. Eso era así hasta que me pedían hacerlo en el colegio.
Las clases de arte eran un castigo semanal. Levantarse pensando en ir caminando hasta la sala de materiales me daban ganas de vomitar de la incomodidad. Después estar ahí sentada recibiendo una instrucción que nunca podía cumplir aunque yo creía que lo que hacía estaba bien (no genial, sólo bien). A la profe de artes plásticas nunca le gustaron mis monos. Decía que eran de cabro chico, ¿y qué esperaba?, si esto fue en la básica… Siempre me resulta curioso pensar en los profes que se quejan de que sus alumnos no ponen atención en clases, que se portan mal y después asociar eso con la imagen que tengo de mi a esos años, sentada derecha y super peinada, con los materiales al día y dibujando sin entender por qué a la profe de arte yo le generaba tanta molestia.
Como si con semejante antagonista no fuera suficiente existía otro que completaba el cuadro. Leonardo era un compañero de curso que tomó clases particulares de arte. Participaba en los mismos concursos de dibujo que yo pero siempre era él el ganaba todos. Su profe le enseñó a dibujar como seguramente él mismo lo hacía: con aspiraciones hiperrealistas, harta mancha dirigida, líneas de estructura, achurados y buen uso de las diferentes tonalidades posibles con lápiz mina. Yo hacía los patos de color amarillo con los ojos redondos con pupilas, no había por dónde perderse… además que el nombre que se gastaba, era un pequeño da Vinci y siempre parecía tan concentrado y serio…
El otro día leí el artículo que Jean Emar escribió sobre una exposición de dibujos de niños que un amigo suyo quería hacer. No era que todo lo que hacen los niños fuera considerado genial; la muestra iba a ser resultado de una selección y curaduría como en cualquier exhibición de arte responsable. Emar decía que los dibujos de niños son interesantes porque, en términos generales, no presentan amaneramientos producto de la experiencia directa con la academia. Dibujan como pueden, lo que les interesa y hacen lo que se les viene en gana sin prejuicios. Después de leer eso, volví a mi recuerdo sureño y me acordé de la profe de arte y de mi buen amigo Leonardo. ¿No estarían pretendiendo ser algo que creían mejor? ¿Se sentirían a gusto? Yo no me sentía a gusto en clases, pero el resto del tiempo era feliz dibujando. Todavía.
Pilar Quinteros
Una interesante iniciativa
AL PINTOR JULIO ORTIZ ZÁRATE SE LA DEBEMOS
Ella es, sencillamente, hacer una exposición de dibujos y pinturas infantiles. Llamará a exponer a todos los niños, a todos y a cualquiera, pero luego un jurado seleccionará. Pues no se trata aquí, -como podría creerlo un sabio pedagogo- de presentar una exposición original y divertida. No. Se trata de una exposición de arte, de artepuro, tan puro como los niños mismos.
El primer paso que se da cuando se rompen los principios muertos de la escolástica, es el de reconocer la belleza en cualquier parte que se presente. Los pedagogos la reconocen sólo en los sitios que sus manuales les permiten. Los niños, con la magnífica ingenuidad del que todo lo ignora, con la bella ignorancia que en ellos es tan sólo tocar la belleza, sin prejuicios, -único ejemplo, acaso, de libertad completa- hacen sin querer, y tal vez por eso mismo, verdaderas pequeñas maravillas.
¡Cuántos artistas, cuántos maestros, no desearían más que poder deshacerse, en un momento dado y para ser quienes son, de todas las maneras e ideas hechas que siglos de alambicadas teorías, les atan las manos y los ojos!
Los niños, antes de llegar a la edad de discípulos y teorizantes, pasan por encima de los siglos y hacen arte con santa pureza. Sus dibujos y pinturas son una enseñanza de sensibilidad espontánea. En ellos no falta más que la disciplina del conocimiento. Esta disciplina sólo los verdaderos maestros logran aliarla con la espontaneidad.
Las escuelas quedan en la disciplina sola.
Los niños, en la espontaneidad sola.
Entre ambas «soledades» -para qué decirlo- estamos con la de los niños. Ellos hacen, desde muchos puntos de vista, un llamado a las bases mismas del arte.
Gracias a la iniciativa de Julio Ortiz de Zárate, veremos pronto muchas bellas cosas. Cosas por encima de enseñanzas, por encima de todo cuanto los demás hombres nos imponen con dudosos derechos. Cosas, por lo tanto, que forman el ideal de todo artista que sólo anhela ser totalmente quien es.
(La Nación, jueves 25 de septiembre de 1924, pág. 5)
Jean Emar
Emar, J., & Lizama, P. (1992). Escritos de arte (1923-1925) (Vol. 2). Direccion de Bibliotecas AR Igaciones Diego Barros Arana.